Color y atmósfera en la obra de Margarita Matus

publicado en: Críticas |

Por Osvaldo Seiguerman

Naturaleza con mantel rojo, 1964. Óleo sobre lienzo, 40 x 50 cm.

Cada día resulta más evidente que la diferenciación en tendencias es inoperante en cuando se quiere hablar de pintura. Lo que importa es que esa pintura sea buena: es decir, que exprese una visión o concepto de la circunstancia exterior al pintor, a condición de que la exprese con un lenguaje plástico idóneo. De la abstracción al hiperrealismo, de la nueva figuración al conceptualismo, lo que el espectador exige es calidad pictórica. Y calidad pictórica es lo que tiene Margarita Matus.

Egresada de las escuelas oficiales de pintura, discípula de Horacio Butler, su particular sentido de la atmósfera y su inconfundible personalidad colorista no conservar huella de influencia alguna, así como tampoco pueden ser encasillados en las habituales planillas.

Dibujo refinado, sutil, como nacido de ese intermitente temblor (das schaudern) que exigía Goethe para la auténtica creación, el de Matus es, ante que nada, sostén de un color que sólo admite equivalencia con el primer nivel de la pintura argentina.

«No hago bocetos», explica Matus; «dibujo directamente sobre el cuadro, y luego coloco el color. A veces estructuro todo el dibujo, y cuando pinto cambia todo. Hice mi formación académica, pero la he dejado de lado. Trabajo con la intuición, con lo que se organiza y colorea dentro de mí. Baso mi trabajo en la visión; cuando el proceso se hace mental, siento que se pierde mucho la parte sensible; puede aparecer la rigidez y hasta la pobreza de color.

En la obra de Matus corresponde más bien hablar de un vigoroso colorismo, de un instinto de los tonos y de los contrastes que pueden conformar una atmósfera que se sobrepone a toda norma, a todo planteo a priori. Si a una escuela hay que remitirse como punto de referencia, debería nombrarse a los nabis, a Vullard y Bonnard, especialmente a este último.

Tanto en los paisajes como en las figuras, en los bodegones y en los interiores, Matus consigue una delicadeza de matices, una atmósfera mágica en la que parece flotar un casi imperceptible polvo de oro. (Recuerdo un solo interior, pintado por Adolf Menzel, atravesado por esa misma brisa fresca y ese lírico y apasionado amor por los objetos, por la materia color, por la vida misma).

En el Paisaje de río, con su tercio inferior pesado y gris, y su parte superior envuelta en los espléndidos ritmos curvos y en los verdes de los árboles: en el Interior con figura y fondo ornamental, y, sobre todo, en la Mesa con tapete rojo -el tema ha sido tratado frente a un espejo, recurso frecuente en Bonnard-, Matus ha logrado obras de excepcional calidad atmosférica y colorística. En Mesa con tapete rojo, seguramente su mejor trabajo de su producción recientemente, se maneja con sutiles gradaciones de grises, con la ruptura de espacio que proporciona el espejo, articulando un espléndido acorde tímbrico con el rojo de la mesa, ejemplo de audacia creadora y, al mismo tiempo, de una intuición que conoce exactamente dónde debe detenerse el pincel.